jueves, 15 de marzo de 2018

Bocanada

(De la serie "Ellos: los mitos de la obscuridad y la ausencia.")



Esperando en la calle, miles de almas vuelan por ese rincón del universo. No me importa ninguna de ellas ni los frutos de sus mentes: busco  a alguien específico, alguien que sea como espero, que pueda vivir como espero. Caminando, por esa misma calle desierta, apareces. Como a mí, la vida de los transeúntes te amerita un suspiro y nada más. Los dos nos encontramos, sorpresa, no sabes quién soy... y las letras y frases corren por mis labios, para llegar a tus oídos y sólo pienso el marco de tus cejas y el ceño con el brillo indicado. Deberías seguirme a donde yo te llevara, enfrentando caballeros que no son súbditos de tu rey, pero han decidido aceptar la afrenta. Las luces te cegarían y el sudor rodaría por tu diafragma y dirías exactamente lo dicho para otros, para mí. Y venciste, te montaste en Babieca, muerto, pero de pie.
Recordaba invadiendo mis labios temblorosos sintiendo tu vibración al cantar y te veo y busco tu mirada esquiva, temerosa. Recuerdo a aquel que pretendió destellarme igual. Ahora su canto me parecía vano, lacerante, lejano y embellecido entonces por el auricular a kilómetros de distancia. Tu voz, en contraste, era ahora sincera, ahora emocionada, ahora apasionada, ahora del fondo de tu espíritu. No le habías cantado a nadie antes, alguna vez con una amiga, pero sólo por teléfono, como a mí, pero yo me privilegio perdiéndome en vivo.
Al final rasgas tu guitarra imaginaria y agradece tu sonrisa, en busca de aprobación extraída con facilidad. “Entonces... ¿te gustó?”. Sí, sí me ha gustado, me ha fascinado, trastornado y casi me dan ganas de llorar, pero yo sólo te digo que sí. Después, hincados como estábamos, abrazo al artista para felicitarlo y agradecerle y mi aura te abrazaba a ti, todo. El murciélago había revoloteado toda la tarde por ahí, hasta posarse en mi hombro en el momento justo de tu canción y abrió sus alas para señalarme el camino. Tú.
Nuestra comunión es interrumpida por una llamada a ese tabique, “invento del hombre blanco”, y la voz tan chiquita clama porque te apures. Y ahora necesito que te vayas y me dejes en pos de guardar tu sueño del día de hoy. Nos levantamos y te conducimos a la puerta, donde el pórtico, bendito pórtico mágico, quisiera ser muérdago para atender a cierta costumbre comercial de invierno. No lo es y te alejas por la calle. Adiós. Adiós.

Cierro la gruesa, dolorosa puerta que nos separará por un infinito duradero hasta mañana. Otra vez mundo solitario y desesperado por la compañía de un astro, escuchando los grillos. ¿Serás tú ese complemento de la galaxia formándose por aquí, que gire conmigo en la misma órbita, que no sea efímero y explote en pedacitos que se esfumarán en la inmensidad del espacio? La canción, el alcohol de la otra melodía, la tarde, las luces y Babieca, la afrenta, la enemiga a vencer, los astros, los caballeros, la caricatura, la fingida borrachera, la calle, tu mochila y tu mano agitándose mientras caminas, el tabaco que no habíamos podido fumarnos... eso, el tabaco que me regalará quince minutos más de tu energía.
Y corro y no se a dónde has ido, pero te busco. No te he encontrado de un lado y la hiedra veneno del asfalto jura tomar mi cuerpo. Cierro los ojos y agacho mi pequeña figura dándote por perdido. Pero resoplando con esperanza levanto la lid y veo tu figura. Te llamo una vez y no me escuchas eres un espejismo y corro hacia él para asegurarme. Siento el viento en mis pantorrillas, el viento que trae tu olor. Te alcancé.

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