Por Jimena COLUNGA GASCÓN
It was like being abused all
over again.
Only this time it was by
you.
All of you.
You´re all my attackers too.
- Tonya en “I, Tonya”
A treinta años de distancia, los 90´s representaron
para el mundo una década de alto impacto, cambios radicales y escándalos bien
escandalosos. Como niña “MTV”, muchos de esos momentos se me quedaron
(vagamente) en la memoria.
Tonya Harding, en los 90´s, era una de las
deportistas de más alto perfil en Estados Unidos, siendo la primera mujer en el
mundo en lograr el movimiento conocido como “Triple Axel”, en el patinaje
artístico sobre hielo. Lógicamente se perfilaba para las competencias olímpicas.
Justo antes del juicio por asesinato a O. J. Simpson, Tonya protagonizaba otra
debacle mediática al haber sido acusada de romperle la rodilla a su competidora
directa, Nancy Kerrigan, para frustrar su desempeño en la competencia y su vida
terminó de hacerse mierda. Esta es la película sobre su vida.
De una forma muy sutil pero muy contundente, nos
han instalado un programa de entusiasmo ingenuo en el que es responsabilidad de
cada ser humano superar las desventuras y crecerse al castigo. Es siempre bien
visto aquel que a pesar de las adversidades logra sus metas; las historias de
éxito siempre comienzan con un “caminaba tres horas en campos de espinas
defendiéndome de los jaguares todos los días para llegar a la escuela”. Sin
darnos cuenta, hemos estado perpetuando el mito de la Cenicienta: ir de menos a
más es lo que todos deberíamos conseguir, porque, ¿fracasar?, fracasar está
mal. Y, de hecho, si no lo percibiéramos de esta forma en la que tenemos que
levantarnos siempre, muchos ya nos hubiéramos quedado en el camino.
Tonya nació con el talento y el físico para ser
una deportista de alto rendimiento y, sin embargo, sin ninguna oportunidad
humana. Lo único que conoce durante toda su vida es la violencia: una madre en
extremo demandante y castrante, un padre desertor, un novio (de toda la vida)
suficientemente pelmazo y agresivo y un contexto red neck de lo más puro y agreste. Consecuentemente, se convierte
en un animalito salvaje disfrazado de bailarina, intentando destacar en un
deporte altamente “cisnesco” como el patinaje artístico sobre hielo: un
absoluto desastre. La única razón por la que su desempeño era tan bueno es
porque estaba furiosa.
El conflicto tiene un giro tremebundo: el autor
intelectual del atentado a Nancy Kerrigan fue el mismo papanatas marido de Tonya,
Jeff Gillooly, quien, “con la mejor intención de ayudar”, en complicidad con su
gordo, bueno para nada, mejor amigo, toman la decisión que eventualmente
sacaría a Tonya de cualquier competencia de patinaje artístico al ser juzgada
por complicidad y encubrimiento.
No obstante, no se aplatanen. “I, Tonya” está
contada de una manera tan contrastante que involucra al espectador muy
íntimamente con la historia. Con un lenguaje de (falso) documental, presenta a
los personajes directa y contundentemente, dotándolos de sus propias voces y
sus propias versiones de la historia. Los movimientos de cámara y la
musicalización que dejan muy poco espacio para el silencio, construyen junto al
montaje (ganador del Oscar este año) un vertiginoso ritmo que demanda toda la
atención de la audiencia. Entre la forma tan ligera de la historia y las
situaciones francamente desgarradoras, se forja un ambiente de humor negro
constante, con una banda sonora repleta de éxitos obscuritos. La cámara pocas
veces se queda fija, las secuencias deportivas están filmadas con esa técnica a
lo “ESPN” que le da muchos valores de producción.
Margot Robbie es una de esas actrices “demasiado
guapa para ser tomada en serio”. Comienza su carrera mostrando todas sus buenas
curvas en películas completamente palomeras para después, estratégicamente, una
vez posicionada, sorprender con películas como esta en la que hace un severo
despliegue de todas sus habilidades actorales. Margot Robbie es además de
“guapa”, una gran actriz. Su mejor momento es un primer plano, en soledad,
justo antes de que Tonya se presentara a sus últimas Olimpiadas de 1994,
completamente destrozada y aun así intentando maquillarse y sonreír para los
jueces.
Allison Janney es una de esas actrices secundarias
que hemos visto en muchas películas y que normalmente confundiremos con Toni
Collete o con Frances McDormand. Pero hay papeles secundarios y papeles
secundarios de mil aplausos y en esta ocasión, representando a la cruel madre
de Tonya, nos entrega un vil y realista retrato de la falta de empatía de la
humanidad. Un premio Oscar absolutamente merecido.
El trabajo actoral y el trabajo de dirección se
ven unidos también por un interesante planteamiento de ruptura de la cuarta
pared, en el que los personajes le hablan a la cámara, al espectador, sin
abandonar la convención de sus escenas. Craig Gillespie no tiene una
trayectoria cinematográfica tan amplia, sin embargo, recuerdo claramente
“Fright Night” (remake de la original de 1985), una película de vampiros
protagonizada por Collin Farrel en la que un adolescente descubre que su vecino
es el mismo hijo de Nosferatu. Una historia demasiado piñata para ser tomada en
serio, sin embargo, deja una clara sensación de elementos interesantes que se
pueden observar también en “I, Tonya”.
Al final de la película, uno está involucrado en
demasía con el personaje. A pesar de ser recordada como “una de las mujeres más
odiadas del deporte en Estados Unidos”, uno quiere verla triunfar, como si no supiéramos
nada de su historia, a pesar de no saber nada de patinaje ni de deporte. La
fuerza con la que intenta sobreponerse a la miseria (aunque no lo consiga), nos
hace empatizar con ella y esperar que logre el salto, que se separe del marido,
que su madre le demuestre un poco de amor, que los jueces sean justos con ella
en las competencias.
Temas complejos discutidos en esta película son
las dificultades en el medio deportivo (que muchas veces no se trata sólo del
desempeño del deportista), y un ligero coqueteo con el controversial tema de la
participación femenina en un contexto social determinado: una mujer que no
sabía cómo “mujer” en esa época. Tonya no fue una villana, es la anti-heroína
que todas desearíamos ser.
Por mucha nostalgia que parezca, estos años son
mucho más aburridos que los 90´s: nada les gusta, nada les parece, todo les
ofende. Esta es una época violenta de enemistad entre hombres y mujeres, las
mujeres más duras terminamos atraídas a zoquetes en un intento de rebeldía,
vincularnos a todo lo contrario de lo que “debemos” ser. Poco importa el cúmulo
de virtudes con las que nazcamos, son otras habilidades y circunstancias las
que verdaderamente trazan el camino en la vida hacia el “éxito”, lo que sea que
signifique, y lograr evadir la maldición, la maldición del dolor, sea el
momento histórico que sea.