Por Jimena COLUNGA GASCÓN
“A Little
knowledge doesn´t make us better than others.”
- Trond, el
padre de Thelma
¿Por qué necesitamos tantas películas de súper
héroes y mutantes en la actualidad? Si existe la oferta es porque existe la
demanda. El imaginario contemporáneo está lleno de Hombres X, de Supermanes, de
Batmans, de Ligas de la Justicia y de Panteras Negras. Aunque la figura del
súper ser humano está lejos de ser nueva, se explotan en este momento histórico
estas fábulas de extraordinariedad en las que definitivamente proyectamos el
deseo oculto (y no tan oculto) de poseer habilidades más allá de lo evidente.
Los expertos
en hacer estas películas, definitivamente son los gringos, o al menos, las que
tienen mayor llegada alrededor del mundo, sin embargo, la falta de calma al
respecto es de todos y Europa tiene sus propias alternativas a la carnalidad de
la vida.
Proveniente de la fría Noruega, nos encontramos
con la historia de Thelma (o “La Maldición de Thelma”, según nuestros
“expertos” tituladores al castellano), del 2017, premio Sitges al Mejor Guión y
Mejor Director. Comienza con una hija de seis años y su padre, de cacería en un
gélido bosque nórdico. Al encontrar un venado perdido en la nieve y a la nena
distraída, el padre ve la oportunidad de conseguir una presa, o, ¿por qué no?,
apuntar con el rifle a la niña dándonos un momento de terrible suspenso al
inicio. ¿Por qué un padre tendría la intención, aunque sea momentánea, de matar
a su hija?
Años después, Thelma ha crecido y se encuentra en
el primer año de universidad, ese que supuestamente define el momento de la
ruptura hacia la vida “adulta”. Nos enteramos de que los padres de la familia
son exageradamente cristianos/católicos y la chica no ha experimentado prácticamente
nada en tanto se tiene que reportar diariamente por teléfono. Su joven vida
sucede normalmente hasta el día que le da un extraño ataque aparentemente epiléptico.
En ese momento, le da otro tipo de ataque: el de conocer a una chica de la que
empieza a enamorarse pueril y estrepitosamente, como nos pasa a todos.

El conflicto es claro: romancear con una chica y empezar
a conocer las mundanidades de la vida, todas de golpe, definitivamente no van
con una familia ultra-religiosa, menos, cuando a partir del ataque, a Thelma
parece dársele la habilidad de hacer realidad exactamente lo que quiera, desde
atraer a la chica que le gusta hasta la puerta de su casa, controlar el tiempo,
hacer desaparecer a las personas, etc.
Como aquí no hacemos spoilers por convicción
propia, no contaremos más del curso de la historia, sin embargo, sépase que la
máxima popular de “cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad”,
aplica en cada momento de la película.
Thelma entra en conflicto con su propia identidad,
con sus deseos y pasiones, con el “deber ser”, con creer o no creer lo
intangible, con la actitud sospechosa de sus padres (que obviamente saben
muchas más cosas que ella) y con la terrible verdad acerca de su pasado y sus
“nuevas” habilidades. Encima de todo, hay un debate filosófico acerca del
conocimiento, el que como nueva estudiante de Universidad está adquiriendo,
¿saber más que otros del mundo que nos rodea nos da licencia para sentirnos
superiores?
Como que hay dos tipos de cine europeo: el más
comercialón que tiene texturas y colores exóticos, pero aun así de amplio
alcance, y el cine europeo desaturado y verdoso que parece permanecer igual
desde los días del Muro de Berlín. No obstante, su falta de efectismos, no le
ha impedido adentrarse dentro de un mundo extraordinario de ficción en el que
los mutantes también existen.
Honestamente, es una película larga (de casi dos
horas) en la que aparentemente no sucede nada por lo menos en la primera mitad,
sin embargo, después de que nuestra anti-heroína comienza a tener conflictos
sobrenaturales visibles, todo cae como cascada de agua, y es que hacer
desaparecer a su amada suponiendo que eso es lo que necesita para liberarse de
sus “problemas”, no es cualquier cosa.
La metáfora va en varios niveles: ¿qué haría uno
si tuviera el súper poder de hacer realidad exactamente lo que queramos?,
pensémoslo por un momento; ¿lo que queremos es realmente lo que queremos?,
porque bien puede ser un berrinche y como tal, podría tener consecuencias mucho
peores; ¿hacer desaparecer a las personas hace que los horrores de nuestras
vidas se disuelvan o los seguimos cargando en las espaldas?; y el más
importante de todos, ¿aceptar quién soy en realidad o seguir haciéndome wey por
la vida?
Todos los textos de metafísica (y de autoayuda,
claro), aseguran que todos tenemos el poder de hacer realidad exactamente lo
que queramos, a través de ardides como la programación neurolingüística, pedírselo
al universo, decretarlo, trabajar por ello, etc., y, no obstante, pocos son
quienes verdaderamente lo consiguen. Este tipo de metáforas en un cine realista
como el europeo, nos hace sentir mucho más de cerca la posibilidad, sin tantas
explosiones y cuerpos torneados.
Es curiosa la similitud con la francesa y muy
exitosa “Raw”, o “Feroz”, en la que una chica en primer año de universidad
descubre que por su árbol genealógico corre la maldición del canibalismo
bestial, acudiendo, nuevamente, a la metáfora del “quién soy realmente”.
Narrativa y visualmente comparten muchos elementos en común, tal vez, ojalá,
estemos frente a un nuevo movimiento de historias europeas de realismo mágico.
A decir verdad, el nombre de Joachim Trier, el
director de Thelma, no revela mucho, por lo menos a quien escribe esta reseña,
sin embargo, las arcas del internet dicen que su opera prima “Reprise”, lo
colocó en el Top Ten de “Directores
que Ver” de Variety, en 2007.
Finalmente, Noruega queda muy lejos, pues.
¿A quién no le ha pasado querer mucho que
programen cierta canción en la radio y de repente, comience a sonar?, ¿cuántas
veces nos hemos encontrado inesperadamente en la calle con personas en las que
habíamos estado pensando fuertemente?, ¿quién no ha experimentado el error en
la Matrix conocido como déjà vu?
Thelma es ese tipo de películas que deja al espectador con más preguntas que
respuestas porque es imposible no pensar en uno mismo y en el “qué haría si
fuera yo”, o, ¿acaso no todos quisiéramos ser súper-héroes?