miércoles, 11 de febrero de 2015

Un cigarrito

Palacio de Bellas Artes, 7:30 p. m.

Está lloviznando y yo tengo la prisa más grande del día. Aún así me las arreglo para salir del metro y prender un cigarro antes de entrar al Palacio, donde un buen amigo y la presentación de su nuevo libro me esperan desde las siete. Qué frío hace.
Fumo. Fumo. Un muchacho con la miseria en el rostro y una carreola de bebé me aborda. Su mujer se aleja algunos pasos rápidos. Debe tener como mi edad. Me pide un minuto de mi tiempo. En realidad ya se lo estaba dando al cigarro así que, ¿por qué no?
Me cuenta la pusilánime y fría historia de su trágica llegada a la ciudad porque no es de aquí y venía con un primo que se accidentó y que vinieron a ayudarlo pero entonces se le complicó todo porque no tienen recursos y se les perdió el teléfono y no saben a quién llamar porque no conocen a nadie bla bla bla...
Me dispongo a decirle que no traigo monedas cuando se atreve a decirme: "¿No quieres comprar un bebé?"

¿Qué?

"Mira, ya está grandecito, ya gatea y aquí traemos todas sus cosas si lo quieres ver lo puedo destapar."

(Tienes tres para darte la media vuelta y largarte de aquí antes de que empiece a gritar llamando a la policía... pensé...)

¡Tienes tres para...!

Saca de entre los trapos que cubren la carreola un bebé de plástico en forma de gateo. Rápida y nerviosamente le da cuerda y la miniatura empieza a gatear, chirriando como lo hacen todos los juguetes de esos. "Mira, me puedes dar una moneda por este." Seguramente sabe que no me la tragué. Lo guarda rápida y nerviosamente al mismo tiempo que comienza a alejarse.
Se me hace el hígado un nudo.
Antes de andar, se detiene un segundo. "¿No tienes un cigarrito que me regales?"

No, grandísimo y reverendo hijoeputa, no tengo un cigarro para ti y ojalá nunca, jamás, encuentres uno, a donde sea que vayas...

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